lunes, 21 de septiembre de 2015

Breves historias de mi vida en Luque



             (Vista panorámica de Luque en los años 70.  Foto de Antonio Navas Jurado. www.cristobalpoyato.com
                                                                             y www.enluque.com)


                                                                                                              "  Llegará un día en el que los recuerdos serán                                                                                                                                       nuestra  mayor riqueza".

                                                                                                                                                           Paul Géraldy



Es primero de marzo de 1961, tengo 12 años y acabo de llegar al pueblo que sería el mío, Luque. Había vivido ya en muchos otros y, pese a mis pocos años, sentía unas ganas enormes de permanecer en una casa y en un lugar durante un tiempo suficiente como para pensar en echar algunas raíces, tener amigos y recorrer espacios donde sentirme a gusto sin pensar con congoja en que cualquier día podía sufrir otro cambio, otro traslado. Esa posibilidad de tener que abandonar una nueva localidad, no dejaba de inquietarme.


                       (Confluencia  calles Alta y Marbella de Luque. De Fotografías de Luque)

La calle donde nos instalamos se llama Joaquín López Molina, pero en el pueblo se la conoce como la calle Marbella. Es una empinada cuesta que nace en las cuatro esquinas y termina en la calle Alta, en un ensanche donde se alza una fuente, rodeada por un pequeño jardín. A esa altura, a la izquierda, recuerdo la panadería del padre de Enrique Baena (El Negro); en el chaflán que separa la izquierda de la derecha, tiene Paco el Herrador (Jerraor) un local donde se “calzan” a las bestias y  en el lado derecho, vive Laureano el del vino...  Allí se vende el aguardiente dulce y seco, que ya tuve ocasión de “probar” en el anochecer de un imborrable sábado de 1966.

 Siguiendo hacia la salida del pueblo, se encuentran el cine de verano, el colegio de las monjas del Hospital y la calle que enlaza Belasar con la calle Alta. Por allí, paseo solo en algunas ocasiones; en otras, la mayoría, en compañía de mis amigos. Durante este recorrido por la calle Alta, dejo a mi derecha la calle Belajarros, conocida en el pueblo como Bailajarros. A esa altura se levanta un molino, que era el “hogar” de Burro “Padre”, semental destinado a una grata tarea: embarazar a yeguas y burras (¡Aquella era su dedicación exclusiva!)


(Cruz de Marbella. Foto de L. Gil, Luis Gil, Antonio Arjona con su sobrino Laureano y José Pérez)

Una vez que llego a la Cruz de Marbella, la carretera existente se bifurca. A la izquierda, se abre la que lleva a las Delicias, lugar que para mí fue, y sigue siendo, un santuario, un paraíso, al que hay que ir caminando con sosiego para disfrutar del paisaje que la escolta y adorna a izquierda y derecha: olivos, almendros, bayas, sembrados. Beber el agua de su fresco pozo, gozar de la sombra de los árboles que se proyecta sobre la verde hierba, tumbarme sobre ella y oler su fresca humedad es algo que no tiene precio y que se ha convertido para mí en un escenario con un significado sustancial, un sitio inmemorial que siempre estará en mi recuerdo y que despierta emociones que, no por repetidas, se presentan como si fuera la  primera vez que las percibiera. Son sensaciones, que me producen un intenso calor que me sube del pecho a la garganta y se me  anudan, llevándome con rapidez supersónica a recuperar el pasado, aunque para ello no tenga que comerme, como Proust, una magdalena


(Luque desde Las Delicias. Foto cedida por Cristóbal Poyato. www.cristobalpoyato.com)

En este lugar, Luque y en su entorno, rodeado por lomas, sierras, tajos, montes, peñas, donde se levanta el colosal castillo Albenzaide, el Tajo del Algarrobo, La Pedriza, el Peñón de la Pita... y, ¡cómo no! la majestuosa iglesia parroquial, Nuestra Señora de la Asunción, denominada por su grandeza, como no podía ser de otra forma, "Catedral de la Subbética", y tantos y tantos lugares, que iré rememorando a lo largo de este breve historia, viví parte de mi niñez y de mi adolescencia. Aquí eché raíces y conocí a amigos que nunca he olvidado. Con ellos o solo, pateé y exploré todos y cada uno de sus mágicos rincones, que, desde ese momento, se han convertido en habitantes perennes de mi memoria, acompañados de sentimientos de alegría o tristeza, con los que se llenan de nostalgia mis recuerdos.


           (Casa y pozo de Las Delicias. Foto cedida por Cristóbal Poyato. www.cristobalpoyato.com)


Uno de esos recuerdos imborrables está relacionado con la Parroquia, a la que accedí como lugareño-turista un día cualquiera de los muchos en los que deambulé por el pueblo.



1. La Parroquia



                     (Interior de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Luque.
                                                 Foto de la página www.cristobalpoyato.com)



Sobre las cuatro de la tarde salgo de mi casa, bajo la calle y me encamino a la Plaza. Hace algo de calor y no se ve a nadie. Como no me encuentro con ningún conocido, por un momento pienso si ha sido una buena idea salir a aquellas horas intempestivas. Envuelto en mis pensamientos, fijo mi mirada en el esplendor arquitectónico de la Iglesia Parroquial, que pone una nota de arte y gloria en el Llano. Como un autómata atraído por su majestuosidad y su misterio, me dirijo hacia su escalinata de acceso. La subo y, sin dudarlo un momento, entro en el templo. El contraste de la luz exterior con la oscuridad del lugar me impide, apenas atravesado el umbral, admirar en toda su plenitud la belleza y la espiritualidad reinantes en cada rincón, en cada capilla, en cada columna, en cada adorno del artesonado del recinto. El frescor me envuelve y un leve olor a incienso me recuerda que estoy en un lugar sagrado. Por la parte del coro, paseo y, desde el pasillo central, miro el altar y el retablo y me quedo extasiado por su divina hermosura. Un ligero golpeteo de madera me libera del éxtasis. “Alguien ha debido salir por la puerta que comunica la iglesia con la casa parroquial”-me digo-, y me siento un rato más en la fila de bancos de los hombres, para seguir inmerso en aquella soledad gratificante, en aquella  sensación seductora, en aquella quietud, adobada de aromas, que emanan las imágenes, que a derecha, izquierda y enfrente, se hallan como observándome, como si esperaran mi visita y se alegraran de verme. Al rato, alguien entra, cruza las naves y se adentra en la sacristía. Momentos después se dirige al campanario y comienzo a escuchar el doblar del esquilón. “La muerte no deja de hacer su trabajo”, es mi reflexión. Me incorporo y abandono el templo, adentrándome de nuevo en el fluir de la vida terrenal.



 2. El Terraplén



(Foto de M.Jiménez de www.enluque.com)

Una vez en la calle, no tengo claro dónde ir, aunque lo pienso bien y decido dirigirme al Terraplén. Estoy seguro de que me encontraré con algún amigo, ya que este lugar era un punto de encuentro de la chiquillería de entonces. Allí casi siempre había chavales, compañeros de estudios o no, jugando al fútbol si había balón, bajando a la cueva de la Encantá o trepando hasta la cumbre de la Pedriza- nuestro particular 'rocódromo'-, amplio espacio donde tantos y gratos momentos pasamos. Se hablaba, se contaban cosas, se fumaba cuando había tabaco. Tista Barona, como ya conté en otro escrito, era nuestro particular maestro de ceremonias y quien solía suscitar los temas de conversación. Resultaba divertido aquel lugar, donde, con poco, se pasaba muy bien. No echábamos en falta nada más. La compañía era lo más importante.

El Terraplén era un llano arenoso, repleto de una gravilla muy fina, ideal para las caídas y deslizamientos, debido a la lija en que se convertía aquella superficie que, en un instante, se merendaba media pierna, codos o lo que fuera si tenías la mala fortuna de dar con tu cuerpo en tierra. Contaba con una dificultad añadida en lo que se refiere a su localización. El lado exterior limitaba con el barranco que llega hasta la fábrica de abajo. 

 Por allí rodaba el balón con más frecuencia de la deseada cuando jugábamos. Lo justo era que el responsable de que éste cayera por aquella inclinada pendiente tuviera que ir a recogerlo. Aquel hecho suponía que el juego  debía interrumpirse durante el tiempo de la recuperación, que no solía ser breve, mientras el “afortunado autor” de la pérdida del balón se pegaba una gran paliza entre la bajada y subida del  escarpado desnivel, si bien el escollo mayor lo presentaba  la subida. ¡Era penosa! Yo tuve el “gusto” de bajar varias veces como casi todos. El Ayuntamiento, conocedor del problema, levantó una serie de postes metálicos y una malla de alambre del utilizado en los corrales, fino y formando hexágonos, para evitar  las continuas caídas. La altura de la frágil barrera debía ser de unos 2 metros. Por lo menos teníamos ese límite de seguridad. Algunos “espabilaos” hicieron cortes por distintos puntos de la malla y, al final, se volvió a la situación anterior: el balón se volvía a largar adonde solía, por los sitios de siempre. 

 Allí jugábamos a todo, pero primordialmente lo hacíamos al fútbol. Era nuestro deporte preferido. El equipo utilizado para este menester poco tiene que envidiarles a las equipaciones de hoy, si no fuera porque era multifuncional. Consistía en la misma que lucíamos para ir a la Escuela, a Marbella, al lateral de la Cueva de los Murciélagos, al paseo, para subirnos a un almendro a coger allozas, etc. Junto a los zapatos, formaban un conjunto muy sufrido.


                                         (Foto de L.Gil en www.enluque.com)


Comenzaré por los superpotentes, aquellos que rebosaban energía potencial y estaban locos por transformarla en cinética.

Uno de ellos era Ezequiel Pérez, un joven fuerte, alto y atlético. Trabajaba en su bar, situado en la calle Alta. Aparecía por el Terraplén de vez en cuando y en su semblante se advertía la necesidad de quemar aquel exceso energético que tenía almacenado en su cuerpo. Calzaba alpargatas de tela fina y fuerte, ideales para desarrollar sus maniobras futboleras. Aquellas alpargatas se volvían locas de contento al comprobar que estaban en el campo de fútbol.

 Ezequiel se movía con una agilidad asombrosa. Corría sin parar y le gustaba hacerlo en diagonal hacia la portería y, en un milisegundo, disparar a puerta. Su chut era de los llamado “de tiro tenso”, ya que  le imprimía mucha fuerza al balón,  trayectoria era rectilínea y, cuando chocaba contra la caída del terreno entre la Pedriza y la Cruz, hacía un socavón. Ezequiel permanecía allí un buen rato y se iba medio relajado. Tenía que volver al bar.

No hace mucho tiempo, me dijeron que había fallecido. Llegué a tener una buena amistad con él. A veces, cuando acudía al Ayuntamiento a hacer alguna gestión o a otras cosas, dábamos vueltas por el Paseo y me hablaba de sus cosas. Él llevaba el bar que existía en la calle Alta junto al chaflán que daba con el local donde su padre, Paco, herraba a las bestias.

Ezequiel parecía un tipo duro pero era una persona que, a su manera, tenía sensibilidad, lo que pude comprobar en algunas ocasiones. Yo solía pasar por su bar a eso de las 13:30 más o menos con cierta periodicidad. Siempre estaba oyendo las canciones de Raphael.

Un día, en que no había ningún parroquiano en el establecimiento, la madre le llevó la comida: un buen plato de olla y otro de japuta con tomate y pimientos verdes. Nos sentamos cerca de la ventana, al lado de un velador, rodeado de tres sillas. Sobre la mesa tenía el menú y sobre la silla libre colocó su Pickup, como decíamos por aquellos años, que no era otra cosa que un tocadiscos Bettor, que funcionaba con pilas de tamaño grande.

Yo me estaba tomando una copa de fino y Ezequiel puso una canción del famoso cantante jienense: “Yo soy aquel”. Cuando comenzó a oírse la música, Eze casi se pone firme, como si rindiera honores a la estrella de Linares. Estaba totalmente emocionado.

Una vez que terminó de sonar esa pieza, pasó a la que más le apasionaba: “Cuando tú no estás” que comenzaba así como: “No sé si el mundo es el de siempre, pero yo lo veo diferente, cuando tú no estás…..” . Casi lloraba de gusto. Se concentraba tanto que, como un robot, pinchó un trozo de palometa y giró el antebrazo para llevársela a la boca, pero se mantuvo quieto, atento a la melodía. Yo creo que hasta el pescado aquel le dijo algo así como: “No me comas todavía, no me comas por favor, hasta que termine esta música maravillosa que nos gusta tanto a los dos.”

                         (Se recomienda activar el vídeo para escuchar la canción
 "Cuando tú no estás", como música de fondo)


Así era aquel hombre y así quiero recordarlo. 

- Jesús, el hijo de Dulce, era otro coloso en el terraplén. Sus facciones angulosas y sus movimientos de manos haciendo como que se atusaba el tupé que adornaba su frente, su peculiar frote de las palmas de las manos, su silencio y concentración en el juego, denotaban que necesitaba quemar todo aquello que le sobraba: energías a raudales. Golpeaba el balón con chutes impresionantes y fruncía el ceño cada vez que iba a disparar, como si se acordara de alguien. 

Un día largó un pepinazo. Intuí que buscaba mi cabeza y, para protegerme,  la giré a un lado con la finalidad de impedir el pelotazo, pero no lo conseguí. Me dio de lleno. Lo que sentí entre la oreja derecha y la nuca fue como si me hubiera caído encima un meteorito. Creo que perdí la noción del tiempo y el espacio, mientras oía piar a los gorriones que rondaban por mi cerebro.

Entre los grandes jugadores, que destacaban por otras cualidades, voy a enumerar a los siguientes:

 El portero solía ser Pepe Aledo (en la fotografía aparece su hermano Francisco). Era un magnífico cancerbero y, además, mimetizaba a porteros como Betancort, Iríbar o Yatsin. Cuando se situaba en la portería (bajo los sin palos), flexionaba su cuerpo con las manos extendidas, y se tocaba el pie izquierdo con la mano derecha y viceversa; luego levantaba los dos brazos y los ponía en paralelo, hacía unas flexiones laterales, bajaba un brazo y con el que permanecía levantado, hacía como que tocaba el larguero a la par que saltaba. Así tomaba confianza una vez comprobado que todo estaba en orden. Lo que ocurría es que no había larguero,  puesto que las porterías eran rudimentarias, señalizadas con dos peñascos o un conjunto de piedras, ladrillos o lo que que viniera a mano, que representaban lo que podría ser la base de los postes. Para jugar un rato, tampoco hacía falta un equipamiento completo. Además, así accionábamos nuestra creatividad. Los hermanos Aledo eran sumamente habilidosos. El Baloncesto era su 2ª actividad preferida. Los recuerdo jugando a este deporte con las mismas fuerza y energía que desplegaban en el fútbol junto con, entre otros,  Agustinillo, el Hijo de Casimiro E.B.

- De defensa creo que jugaba Antonio Ortega Escribano, el hijo de Ortega el electricista. Alto y fuerte, era un magnífico central, aunque allí todo el mundo jugaba de lo que fuera (también los jugadores éramos 'multifuncionales', lo mismo que la equipación, servíamos lo mismo para un roto que para un descosido). El caso era tocar balón.

- Juan Bautista Barona era “la galerna del terraplén”. Le gustaba jugar de extremo derecho. Cuando se hacía con el balón, se notaba que sabía lo que llevaba entre las piernas, o sea, me refiero al balón. Le imprimía una rapidísima velocidad y aquella bola iba en línea recta. Corría tanto que yo muchas veces pensaba: ¡Jopé, se va a pegar un castañazo contra la Pedriza que la va a derribar!. ¡Nada,! cuando parecía imposible que centrara, allá casi sobre la línea imaginaria del fondo, golpeaba el balón y le solían salir fantásticos centros desperdiciados por el hatajo de torpes que pululábamos por el área, también imaginaria. Algunos, más que rematar, lo que querían era intentar hacer la tortuga, o sea, meter la cabeza en el tórax para que no les alcanzara el balón. De Tista me impresionaba oír su galope cuando avanzaba por la banda derecha. El sonido de aquellas zancadas rápidas y medidas, amplificado  por la arenisca, imponía. Para mí que era como Gento, aunque patease el campo por el otro extremo (Hay que recordar que a Gento lo apodaban "la galerna del Cantábrico". Santanderino de origen, jugaba en el Real Madrid de extremo izquierdo).


(En el Terraplén. Partido oficial. Años 60. Foto  cedida por José  Baena. www.enluque.es)


- José Navas era un artista. De regates cortos, le gustaba recibir el balón y se paraba pisándolo con autoridad. Erguido, miraba desafiante a sus contrarios, que éramos todos. Se apoyaba con el pie izquierdo y con el derecho, con el balón bajo su suela y esperaba el más mínimo atisbo de que alguno metiera la pata, para, con una tranquilidad pasmosa, echar el balón hacia atrás, lo suficiente como para esquivar ese conato de robo de pelota. Si el metepatas volvía a intentarlo, José escondía el balón tras el tacón del pie de apoyo. Como solía esconderlo tanto y tan bien, a veces no lo encontraba ni él, y entonces veía yo a Sebastianillo correr como un galgo con el balón hacía la portería.

- Sebastián Urbano era fantástico. Sabía llevar el balón de una forma magistral. Iba recto hacia la portería haciendo unas leves fintas con la cintura y, sin necesidad de tocar la bola aquella, dejaba a todos los que salían al paso medio partidos por la ídem. Para mí, era igualito a Manuel Velázquez Villaverde, número 10 del Madrid, donde fue considerado como su buque insignia.

- Manolo Navas era valiente, pundonoroso, potente, sacrificado, lo daba todo. Como jugador me recordaba a Pirri.

- José Mari Urbano, el Fenómeno, transmitía paz, sosiego. Con el balón en los pies era el dueño del mundo. Parecía que llevaba un calcetín de seda en lugar de zapatos. Era la Autoridad, el que sabía qué hacer con aquella cosa redonda. Tenía un chute fantástico. Lo tenía todo. Para mí que Modric, antes de llegar a ser espermatozoide, comenzó a inspirarse en el amigo José Mari.


Eloy Porras era muy fuerte y tenía buen chut.

 No quiero olvidarme de mis compañeros José Pérez Ortíz (El Rubio), Antonio Arjona, Rafalín Navas Luque, Marcelino González Rabadán, Agustín el Porterillo, Pedrín Ortega, Alfonsillo Molina, Francisquito, Toleo, Rafa, Juanillo el de la calle San Fernando, Manuel Castro Rodríguez y otros que participábamos en aquellos memorables momentos de esfuerzo y salud: mientras jugábamos no fumábamos.

Algunos de los citados formábamos un grupito que podría denominarse “de los mediocres”. Si en algo destacábamos, era por ese costillar de galgo que teníamos, peso ligero, arranque rápido y parada de burro. De todas formas éramos necesarios para hacer bulto, aunque con la intención de pasarlo bien.

 A mí me gustaba mucho jugar junto a la pared del patio de las casas de los maestros. En una ocasión me entregaron un balón y yo lo paré. Me hallaba de espalda a la portería mientras me acosaba uno frente a frente. Reaccioné rápidamente y le di un fantástico taconazo a la pelota, girándome como un rayo y logrando escabullirme. Lo malo es que no sabía qué hacer con el balón a campo abierto y, además, lo impulsaba de una de las dos siguientes maneras: o no le imprimía mucha velocidad, entonces se me quedaba atrás, o me pasaba de fuerza y no podía alcanzarlo.

Una tarde estábamos jugando en la portería cercana al castillo. Alguien lanzó un balón bombeado y yo fui a rematar con la cabeza. En ese momento sentí un golpe  brutal y seco, muy doloroso, y me dije “¡Jo…, qué balón más duro!”. Noté que algo cálido me recorría la frente e, instintivamente, eché mano al lugar y vi que manaba de la herida sangre, tanta que casi me desmayo. Me acompañaron hasta el escalón de una de las dos escuelas que estaban a la entrada del Terraplén. Así, algo más tranquilo y, taponada la herida con un pañuelo, me enteré de que había sido una piedra la causante de la brecha. Sin intención alguna, uno de mis amigos, la había lanzado desde el terreno que caía entre el llano del Rosario y el Terraplén.

Mi amigo "el escalabraor" y alguno más me acompañaron a casa de D. Paco, que me puso unos puntos y  me vendó la cabeza, pero lo hizo con tanta generosidad en el vendaje, que acabé pareciéndome a un indio de la India con aquel turbante. Me mandó para mi casa con una receta de 4 botes de Streptomicina, que me las puso don Emilio el practicante. Cuando me vio mi madre con aquel aspecto tan exótico, sintió una gran "alegría".

El día 20 de octubre de 2013, durante la visita que hicimos a Luque unos antiguos alumnos del Maestro del Algarrobo (Conchi y José Mari Urbano, Alfonsillo, Antoñín y José Arjona y sus respectivas esposas), al entrar en el terraplén, Antoñín me recordó la pared donde yo hacía como que sabía jugar al fútbol y no daba una. Al principio, me hallaba desorientado debido a la trasformación que ha experimentado el Terraplén con las nuevas construcciones, como la del Hogar del Pensionista. Luego, mi amigo me indicó el lugar exacto, donde antaño hacía yo mis pinitos como futbolista torpe. No cabe la menor duda de que yo era del grupo de jugadores de los que pueden vender los chinos a 1 € la docena. 




3. La Cripta



(De la página www.enluque.com. Foto cedida por José Baena)

Una tarde, es probable que fuera durante un regreso desde el Terraplén hasta el Llano, observamos que la puerta principal de la Parroquia estaba abierta de par en par. Era la entrada, que contaba con una gran contrapuerta de madera que, a su vez, contenía a ambos lados sendas puertas pequeñas para la llegada y salida de fieles.

Aquel conjunto era como un zaguán que aislaba el interior del templo de los rigores del frío o del calor. Además, la contrapuerta tenía asignada otra función: publicar y anunciar. Allí se colgaban  aquellos carteles en los que se informaba de efemérides y actos eclesiásticos, como por ejemplo, los que recogían información sobre la celebración del Domund. Yo recuerdo uno que decía algo así: “El domingo 14 de octubre, día del Domund”. A la salida de misa de 12  esperaban al público asistente al acto religioso, voluntarios que, con huchas, pedían donativos para ayudar a los necesitados del Tercer Mundo.

También se exhibían las amonestaciones, o sea, el anuncio de bodas, que iban a celebrarse en fechas cercanas, en las que aparecían los nombres de los contrayentes, por si alguna persona tenía algo que alegar acerca  del matrimonio, lo hiciera antes de la ceremonia. Era una prevención muy adecuada ya que alguien podría conocer, por ejemplo, que el novio ya estaba casado en otro pueblo lejano, u otro motivo de peso que pudiera exponer antes de que el sacerdote procediera a dar las bendiciones y, si no recuerdo mal, para poner la calificación que la iglesia daba a las películas que se iban a proyectar en el cine. Aquellas calificaciones eran muy variopintas, adecuadas al contenido que se iba a exhibir: para todos los públicos, rosa, rosa con reparo y, no estoy seguro, granate. Con respecto a las películas y como chaval que era, al ver aquellas calificaciones, no voy a negar que me entraban unas ganas enormes de cumplir 16 años para ver las clasificadas rosas, y luego quería tener 18, y así sucesivamente.

 En el interior de la iglesia, la distribución de los feligreses estaba separada por sexo. En los bancos de la derecha se situaban las mujeres; en los de la izquierda, los hombres. Todos los domingos se celebraba la misa de 12 y el recinto estaba atestado de gente. Al finalizar la ceremonia, un río de personas salía a la calle para pasear, ir al bar, y/o a lo que fuera, y, entonces, era el espacio abierto en torno al Paseo, la Plancha, el Llano..., el que acogía aquella masa humana. Aludo a estos hechos, porque con tantas personas, uno no podía fijarse en algunos detalles que había en la salida, por ejemplo, en una puerta, a modo de trampilla, enmarcada en el suelo, que no llamaba la atención a primera vista. Esta puerta conducía a través de unas escaleras al pequeño cementerio o cripta que existía debajo del suelo parroquial.



(Obras de excavación, realizadas en 2011 en el suelo de la Parroquia. Criptas.
 De Luque por su parroquia)


Esa tarde entramos por la puerta del zaguán y nos fijamos en el suelo, donde se veía claramente una misteriosa plancha de madera que se confundía con él. La intentamos levantar y vimos que era posible; así que procedimos a hacerlo y nos encontramos inesperadamente con unas escaleras y con la oscuridad, mucha oscuridad. Dos del grupo quedaron sosteniendo el portón y otros dos o tres bajamos con más miedo que vergüenza. Entre la poca luz ambiente que entraba con el portón abierto y la ayuda de unas cerillas y algún mechero fuimos dándonos cuenta de que aquello era un pequeño cementerio subterráneo. Había nichos, unos rotos y otros cerrados. A la derecha, vimos un cráneo que nos “miraba” con esa sonrisa enigmática que suelen tener las calaveras. Nos quedamos sumamente sorprendidos y bastante acongojados; aunque yo, realmente y hablando en plata, me acojoné.



 Pasado algún tiempo, recordaba y, aún hoy, recuerdo aquel cráneo, al que, en mi imaginación, le pongo voz, aunque no voto. Es como si aquella cabeza descarnada nos hubiera dicho: "Pero, ¿qué hacéis aquí, desgraciados? Habéis venido antes de tiempo a bailar  la danza mortal. Todavía no os ha llegado la hora; así que, ¡echad paciencia!... Y no os preocupéis, que ya os llegará el día del sueño eterno!". De esta forma, entre lo visto y aquellas tranquilizadoras palabras imaginadas por mí, sonreía, o sea, que molaba, como dirían hoy los más jóvenes.

Después de esa visita, y en pocos días, volvimos al mismo lugar, ya con más calma y menos miedo. Lo bueno que tenemos las personas es que nos acostumbramos a casi todo, y nosotros acabamos acostumbrándonos a las tinieblas de aquel osario subterráneo. Lo malo es que hay cosas a las que es imposible acostumbrarse nunca, situaciones dolorosas, duras, crueles, que, aunque el tiempo puede mitigarlas un poco, las huellas que dejan son tan profundas y, en muchos casos, tan persistentes que marcan para siempre a las personas.

E, indefectiblemente, la vida seguía su curso por aquellos parajes, donde se iban fabricando más recuerdos.

                                                
                                                  Continuará...



7 comentarios:

  1. Yo, naci en Luque en 1950, muy pequeños, nos trasladamos a Cordoba, pero pasé muchos veranos en Luque, en casa de mi tios Juan Arrebola Porras y Antonia Lopez Cañete, la ningunita, que era costurera y vivian en San Sebastian bajo, el Santo bastian, como le decian.

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  3. Yo soy del 57. Me acuerdo de ti perfectamente junto a todos esos amigos y compañeros que has citado. Aunque es dificil que tu tengas memoria de mí , para intentar refrescarla puedo citar que soy el segundo nieto de Santiago vejigas, tu vecino de la casa de arriba en la calle Marbella , tal vez me recuerdes por ese detalle. Mi nombre es Agustín Bravo, para los luqueños de hoy, " El doctor Vejigas" . Los chiquillos de mi edad veíamos en vosotros a los mayores, los espejos donde queríamos reflejarnos. No era infrecuente que llegárais al terraplén y nos echárais del campo para jugar vosotros. Alguna vez me encabroné, pero valía de poco. Lo más que podía uno recibir era un sopapo y tener que irse caliente además de triste y humillado. Unas veces con rebeldías, otras con sumisión y protestas soterradas nos retirábamos cabizbajos y vencidos.
    De jugadores pasábamos a ser espectadores. Asistíamos al espectáculo de veros jugar y aprovechábamos vuestro cansancio para tratar de sacar alguna perra... Me he acordado de una enorme decepción que aún me escuece: yo junto a otros chavalillos estábamos apostados en el terraplén, unos en el pequeño llano en que se había convertido la cumbre de la muralla que circundaba el castillo; otros junto a la peñasco que hay en la que fue haza de Carambo , aquel hombre mítico , pequeño, pero del que se decía entre burlas y admiración que se le subían las hormigas por el miembro viril cuando defecaba en el campo. En realidad se decía , esquivando cursiladas, que " la tiene más larga que Carambo, que se le subían los hormigos por la polla cuando cagaba en el campo". Allí estaba yo, en el terraplén, esperando que alguno tirara el balón fuera del campo de juego en dirección a la estación. Rafa Ortiz, el hijo de Rafalito " el de la tienda" con el que compartí después algunas charlas literarias memorables, y que era un verdadero sopo en eso del arte futbolístico, chutó con mala fortuna y la tiró a la "fabrica de abajo". Los chiquillos nos precipitamos terraplén abajo ligeros como plumas y a velocidad de vértigo. Nos disputamos el balón porque quien lo atrapara y lo subiera al campo de fútbol obtendría el premio de una peseta que había prometido Rafa a quien lo hiciera. Peleándome con los demás conseguí hacerme con el balón, lo subí jadeando, con el latido cardíaco martilleando mi pecho y esperé la peseta inmediatamente. Rafa me dijo que esperara a que terminara el partido... ingenuo de mí, al pedírselo de nuevo su memoria se había evaporado. Me hubiera gustado picar su racanería, pero ya no es posible.

    Mi memoria se ha visto espoleada al leerte, Luis, creí ese episodio enterrado en lo más profundo de mi memoria y ha surgido entre añoranzas y tristezas...

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    1. Luego te responderé con más tiempo. Un abrazo. Tú también me has recordado cosas de entonces.

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    2. Hola, Agustín, te conoceré pero tu cara no viene a la memoria. Ten en cuenta de que nos llevamos 9 años, o sea, que soy mayor que tú. Cuando llegué a Luque deberías tener unos 3 años y yo 12. Recuerdo a Santiago y a su hermana Carmen.
      Lo de que no os dejábamos jugar en el terraplén, no tengo conciencia de haber hecho daño a niños como vosotros, si yo hubiera sabido eso, hubiera preferido no participar en el juego. Mis compañeros, amigos, todos, no íbamos a ningún lado con actitud prepotente, éramos nobles y discretos.
      Fui amigo de Rafael Ortiz, hijo de Reafalito el de la tienda. Me alegro que compatrieras con él charlas literarias. Era muy bueno pero la memoria nos fallaba a todos, por eso no te dio la peseta. La verdad es que subir aquella cuesta infinita merecía mucho más que lo que te prometió, pero entonces la vada estaba "mu achuchá".
      Voy a escribir más cosas que espero susciten sentimientos de añoranzas y tristezas, buenos ratos, etc., porque la vida es una mezcla de todo eso junto.
      Un abrazo.

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  4. Me parece que te he confundido con Luis Gil Amores...

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    1. Yo soy Luis Gil Amores, Agustín. No te has confundido. El nombre de Facebook es un seudónimo.

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