Llevo mucho tiempo pensando en escribir la historia de una
tarde/noche de navidad, en Luque. Antes quiero decir que, para mí, las
Navidades eran unas fechas casi desconocidas antes de llegar a nuestro querido
pueblo. Dada la profesión de mi padre, desde mi nacimiento hasta recalar allí,
tenía 11 años, viví en 6 pueblos, Luque representaba el nº 7. El destino quiso
que, a tan temprana edad, iniciara un período de tiempo relativamente largo de
permanecer en un sitio que, después se revelaría como una de las mejores etapas
de mi vida.
Entre los recuerdos que tengo, muchísimos, destaca uno que
tiene que ver con las fiestas navideñas. Allí salíamos con una zambomba, una
botella de anís (¡qué fatiguitas, Dios mío!) para rascar con una moneda y
“enriquecer” nuestros villancicos, y nuestro entrañable amigo y compañero de
estudios “Francisquito”. Su voz,
cantando “A Belén tengo que ir para ver la gente junta, para regalarle al niño
un arado con su yunta ……” y otros como “A tu puerta hemos llegaO cuatrocientos
en pandilla, si quieres que nos sentemos saca cuatrocientas sillas..” era “cristalina, muy fina, muy
bonita. De broma cantábamos “Asómate a
la ventana cara de lechón sopero, de donde te has escapaO que no te ha visto el
porquero..”.
Eran tiempos maravillosos.
Allí aprecié la Navidad, disfruté de aquel ambiente, me
impresionaban “Los hermanos de la Aurora”. Recuerdo a Antonio León, padre de
Francisquito, que era uno de sus componentes. Me gustaba ver cómo hombres tan
esforzados, forjados en los campos, llenos de energía y ganas de rendirle al
Niño Jesús su fiesta Adviento, de preparación para el 24 de diciembre,
recorrían las calles y transmitían un auténtico sentido navideño. Ese sentido
religioso /festivo no lo he perdido ni lo perderé nunca. Luque ha sido, es y
será siempre mi referencia, el lugar donde, con mi mente, situarme y revivir
aquellas inolvidables emociones.
Bueno, voy al meollo del asunto. Se trata de una experiencia
divertida y resacosa que tuvimos el “placer” de “interpretar” cuatro, o quizás
cinco, no recuerdo bien. Se trataba de R.E.E.., J.E.R, A.E.M. y yo mismo, Luis Gil Amores.
El día de la semana, sábado, lo recuerdo muy bien, echaban
en la TV “Noche del Sábado” y, además iba a cantar Carmen Sevilla. Se trataba del 17 de diciembre de 1966. Y
ahora empiezo esta simpática historia que disfrutamos y padecimos.
Nos encontraríamos en el Llano, entre la Plancha y el paseo,
no lo sé precisar, quizás en el bar de
Telesforo, pero muy lejos de allí era imposible.
R.E.E.. nos dijo que esa noche cantaba la Carmen de España,
quería verla y quedamos en reunirnos en el bar
citado. Como faltaba tiempo para las diez de la noche, decidimos dar un paseo
por las calles de Luque. Nos gustaba ir por la C/ Alta, bajar a la C/ Belasar,
seguir por la C/ Los Álamos, en los paseos largos o por la C/ El PraO en otras
ocasiones.
Iniciamos la marcha subiendo el pequeño repecho de la C/
Alta, donde vivía “La Chita”. Iríamos como siempre, contando pamplinillas. Es
imposible saberlo. Lo que si sé con toda certeza era el “estribillo” de R.E.E. ,
que cada 5 minutos decía :“¡Oye,
que no se nos haga tarde que yo quiero ver a Carmen Sevilla!”.
Comenzábamos a estar
muy contentos. Ante la falta de más “madera”, regresamos y nos despacharon otro
medio litro del “Seco”. No había perras para el dulce. Entre trago y trago
llegamos al Patín del Convento. Por razones de horario, podrían ser las nueve o
nueve y media de la noche, regresamos por “El PraO”, Carrera y llegamos otra
vez al Llano. Ya sentíamos los efectos del alcohol aunque todavía tuvimos un
pequeño margen para aguantar.
Entramos en el Bar de Telesforo y vimos que las sillas de
tijera que ponía frente al TV en color, estaban muy bien ordenadas. Oímos una
zambomba y voces de hombres cantando villancicos. Subimos a la planta
superior del bar y allí nos encontramos
con “Los hermanos de la Aurora”.
El ambiente estaba muy cargado, el espeso humo del tabaco,
el olor a alcohol era muy fuerte. Yo comencé a sentirme muy malito; boqueaba
como un pez cuando lo sacan de la pecera. Nos ofrecieron mantecaOs y una
copita; ¡Dios mío, lo que me faltaba!,
Salí a la calle y debía estar más blanco que los bancos de obra que existían,
quizás existan, entre el Llano y la C/ Santa María. Allí nos reunimos casi “difuntos”
los cuatro. R.E.E., repetía
continuamente: “¡Oye, queeee quieroooooo
véeeeeeeeeeeee a Camen Evilla!. Poco a poco se iba ahorrando letras, sus
repeticiones eran más cortas a medida que el diablo del alcohol se adueñaba de
nosotros. Recuerdo que, finalmente, sólo pronunciaba “¡…men illa!” o, tal vez,
solo “Illa”.
Subimos al Frente de Juventudes y allí estuvimos un rato
mientras se agudizaba la agonía. ¡¡Qué malitos estábamos!!. Yo, en un ataque de
“lucidez”, propuse “¿Por qué no subimos
al castillo, que allí hace más fresco?”. Afortunadamente no me hicieron
caso, no sé si porque ya no oían o porque lo consideraban una idea
descabellada. Tras vomitar tropecientas veces, bajamos para dirigirnos a
nuestras casas.
En la fuente de la Aurora, A.E.M., y yo, metimos la cabeza
en el pilón. No servía de nada, íbamos a peor. Subimos la C/ Marbella. En la
puerta de mi casa me puse tieso, derecho, como una vela. Mi sentido del
equilibrio no existía. Con la frente apoyada contra la madera de la puerta,
llamaba para que me abrieran. Oí pasos, oí quitar el cierre, oí a mi padre que
me decía: “¡Te dije que estuvieras aquí a las once y son las doce no sé cuánto, golfo!”. Mi padre no se había
percatado de mi estado. Derecho como un junco, me dirigí a mi dormitorio. Cuando
me acosté, con la habitación iluminada con las “mariposas” que mi madre tenía
siempre encendida a la Virgen, notaba que el techo se movía, que le pasaba algo
raro. También, el movimiento “nervioso” de la luz de las lamparillas influía
mucho en mi estado casi terminal. Los mareos y las arcadas eran continuos. Cada
vez que mi padre oía “¡¡¡Agggggggggggg!!!” rompía su silencio y exclamaba:
“¡¡Golfo, borracho, granuja, …!!”. Esos “piropos” no mejoraban mi estado; me
estaban rematando. Así inicié una de las noches más largas de mi vida, pero la
recuerdo con cariño.
Al amanecer del domingo, yo llevaba toda la noche en “vela”,
oí que mi padre decía que iba a Zamorano, a un entierro.
Cuando a la hora de la comida regresó, le dijo a mi madre
que D. Pedro el Párroco le había dicho: “¡D.
Luis, qué vergüenza, cómo estaba anoche su hijo, borracho perdido. Él y otros
randas!!”. Bueno, las palabras exactas no las recuerdo pero serían las
mismas o parecidas. El mensaje estaba claro.
Mi padre no me dijo nada, me miró y no hacían falta
palabras, que me lo había dicho todo durante la amarga noche. Muchas veces un
silencio puede más que mil palabras.
A partir de aquella fecha, cuando íbamos a un bar, bebíamos
“Golondrina”, que era una casera de naranja, limón o cola. Costaba 2 pesetas el
vaso. No podíamos ver el aguardiente. Bueno, eso es lo que me pasaba a mí.
Y aquí finalizo esta entrañable historia que he podido
rescatar del rincón de mi memoria.
Zaragoza, a 27 de
marzo de 2013-14:19’
Luis Gil Amores - 30-04-2013