(foto de Javier Ordóñez)
A veces, cuando llovía o iba a hacerlo, nos
reuníamos en el ágora de las cuatro esquinas varias personas que, sin
constituir un grupo, formábamos algunos corrillos para hablar de lo que fuera.
El gris claroscuro del cielo reforzaba el color gris de la vestimenta que
llevaban los labradores, ropa de tela
recia que, como imitando el tono de las nubes, no era un gris uniforme,
apuntaba más al blanco-sucio, por unas zonas que por otras. Calzaban botas de
cuero fuerte tirando a un pardo
amarillento, surcadas por mil arrugas profundas conseguidas a base de trabajo,
de esfuerzo, de sacrificio, que solo podían valorar quienes se dedicaban a tan
noble e insufrible trabajo.
Me gustaban aquellas reuniones, y, cuando preveía mal tiempo y mis ocupaciones –estudiar- me lo
permitían, me incorporaba como uno más.
Los temas de conversación tendían al campo y,
recurrentemente, a la caza. A mí no me apasionaba aquella actividad cinegética,
pero disfrutaba oyendo las experiencias y buenas anécdotas, que contaban algunos.
Pensando en aquellos momentos, me di cuenta
del valor del vino fino cuando se trata de cambiar la percepción que se tiene
de la realidad antes, mientras y después
de bebido. El vino libera el alma, desinhibe, pone alegre a las personas que lo
consumimos, nos envuelve en un estado ideal, donde la imaginación toma el mando
de nuestros controles, lo difícil parece fácil y lo que nos inspira miedo o
algo de temor lo
afrontamos de una forma más atrevida. A los pusilánimes los convierte en audaces.
El vino, bien tomado, es algo milagroso, mágico, y para la conversación, un
noble compañero.
(foto de Antonio Porras)
Me he referido al vino, porque solíamos estar
dentro o debíamos entrar al bar de Joaquín Cornetas cuando llovía o comenzaba a llover. Esta
parte de aquellos deliciosos momentos era la más interesante. Nos adentrábamos
en un salón amplio que había al fondo a la derecha. Allí tenía la televisión y
algunas mesas –veladores creo que las llamábamos. Nos sentábamos alrededor de
alguna de aquellos tableros con patas y comenzaba o continuaba la cháchara de
las liebres y los conejos, las perdices, codornices y todo bicho que se pudiera
llevar a una sartén o perola.
Estar en un bar y no beber es un
contrasentido. Si ya la conversación era cada vez más ardorosa, apasionada,
intensa y lo que queramos añadir, con una copa de vino acompañada de unas tiras
finas de patatas fritas que nos servían junto a las consumiciones – una tirita
por copa, que no hay que exagerar- suponía miel sobre hojuelas.
Los relatos pasaban de ser algo exagerados a
derivar en una fantasía que no tenía límites. Había como una competición para
ver quién contaba la más gorda: “de un tiro maté 3 liebres”, “los zorzales los
cogía al vuelo”, “la liebre aquella parecía un gamo de grande y de rápida, con
un solo tiro me la cargué, y eso que el cartucho tenía la pólvora mojada…” En
fin, ahora el que exagera soy yo, que me creo, como dijera el Arcipreste de Hita, que
“la senda es carretera como si fuera andaluz”. Y yo, sí lo soy.
Recuerdo también con gran añoranza las
numerosas caminatas que los muchachos de
entonces llevábamos a cabo por todos los parajes que rodeaban Luque. Siempre
que teníamos tiempo, íbamos a algún lugar. Estos sitios cambiaban según la estación del año. Por ejemplo, era
costumbre ir a comer allozas a partir de marzo (¡menudos dolores de barriga me
daban!); al nacimiento de agua de Marbella en primavera, verano y otoño, o sea
casi todo el año, siempre y cuando no coincidiera con los días lectivos, para
realizar las más diferentes actividades, o sea, para disfrutar del verde paraíso que allí había. A finales de invierno, cuando
los almendros en flor anunciaban ya la llegada de la primavera, se solía pasear
por la carretera de Morellana o por las
Delicias. De este lugar conservo unos maravillosos recuerdos. Allí, después de
recorrer el trecho que lo separa del pueblo, se divisaba su imagen como si de una preciosa postal se tratara - y es que lo era y lo será
siempre-, llegábamos sedientos y bebíamos agua del pozo. Acostumbraba yo a
tumbarme sobre la fresca hierba y bajo la sombra que había junto al brocal. Y
sonaba en mi interior la canción de “Los
sonidos del silencio” de Simon y Garfunkel,
por entonces de moda.
Los paseos que dábamos hasta Zuheros, la estación, las trincheras, en cualquier momento del año, son algo también inolvidable. En fin.... todo, lo andábamos todo. No hubo un palmo de terreno que no pisáramos, que no investigáramos, que no disfrutáramos. Sobre estas andanzas ya escribiré con más detenimiento. Ahora quiero contar algo inesperado, simpático y sabroso que nos ocurrió en una de esas aventuras, en este caso, una aventura épico-cinegética.
Los paseos que dábamos hasta Zuheros, la estación, las trincheras, en cualquier momento del año, son algo también inolvidable. En fin.... todo, lo andábamos todo. No hubo un palmo de terreno que no pisáramos, que no investigáramos, que no disfrutáramos. Sobre estas andanzas ya escribiré con más detenimiento. Ahora quiero contar algo inesperado, simpático y sabroso que nos ocurrió en una de esas aventuras, en este caso, una aventura épico-cinegética.
(Toleo, Rafa, Alfonsillo,Antoñín el Mellizo, yo y el Rubio)
Un atardecer, nos reunimos Rafa Ortiz, Toleo, Alfonsillo, El Rubio, Antoñín el Mellizoy yo. Decidimos subir a caminar por el Tajo. Nos
encontrábamos dando trompicones por la falda de aquel escarpado monte de piedra
pura, por el lado este, la cara donde el Tajo se mira en el espejo del
Castillo. Ese castillo, que altanero se levanta sobre las lomas de la
Subbética, dominando todo el territorio,
y que recibe cada mañana
al sol, reflejándose en la lejanía, en la Laguna de El Salobral, unas
veces colmada de agua, otras, seca, blancuzca y salina. Así se veía desde el terraplén o desde el
lado este de la alcazaba, por el ventanuco que da a la impresionante caída
vertical de piedra berroqueña, muro inaccesible y sobrecogedor.
(foto de Cristóbal Poyato. www.cpoyato.com)
De cómo cazamos un conejo:
El
relato de aquella simpática y sabrosa experiencia se podría escribir en dos
líneas. Sin embargo, como un texto tan breve no merece la pena plasmarlo aquí, he recurrido a la ficción
para ampliar y darle una nota de humor, según creo – aunque en algunos pueda producir el efecto contrario y se pongan a llorar como "Magdalenas". Objeto de ficción son “el director del grupo” y el diálogo que
se produce cuando se diseña el modo de operar sobre terreno tan quebrado.
(foto aérea del Tajo del Algarrobo de Google earth. Allá abajo, a los pies del Tajo, vivimos nuestra inesperada caza)
Nos encaminamos hacia la falda este sin saber
qué pintábamos allí, aunque, en
principio, sólo pretendíamos caminar, no nos hacían faltas motivos.
Luchando ante las dificultades que
suponía el transitar por aquel suelo cubierto de rocas salientes, piedra
sueltas, matojos que pinchaban, la poca luz ambiente que iba desapareciendo de
una forma muy acelerada, uno de mis compañeros se percató de que, tras una
peñasco, se había movido una ramita que sobresalía. Entonces, otro
de nosotros se erigió en director del grupo y con sus conocimientos comenzó a
mover su batuta para que no desafináramos en la maniobra de ejecución y
apresamiento del objetivo a batir. Su voz, grave, sonó y estremeció nuestros oídos, e incluso las
sólidas rocas del Tajo. Nuestra agitación por lo que podíamos coger y las instrucciones que íbamos a recibir en un
plis-plás, nos ponían a cien. El director exhibió sus profundos conocimientos y
comenzó con el siguiente discurso, plagado de tecnicismos, pero exento de una
elevada retórica, ya que ninguno de nosotros era descendiente directo de Séneca:
- Antes de meter la pata, vamos a
diseñar un plan de acción coordinada que, de forma meticulosa, deberemos seguir
todos ya que, si no es así, no estaría
coordinada. ¿Enterados?
Asentimos unánimemente ante aquella implacable
lógica y ya estábamos deseando cumplir
al milímetro todo lo que nos mandara.
-
- ¿Habéis traído las escopetas? – nos preguntó.
- ¿Habéis traído las escopetas? – nos preguntó.
-
- Sí, yo tengo un tirachinas y piedras en los bolsillos.
- - Yo tengo una navajilla - añadió otro.
- - Y yo tengo un paquete de celtas cortos con 3
cigarros y seis reales- respondí.
Tras conocer el armamento del que
disponíamos, el director de operaciones adoptó un aire de misterio,de jefe
responsable, y con gravedad en el tono, nos dijo:
- Bien, ya veo que no nos hemos dejado
nada en el tintero, que venimos preparados. Bueno,
pues …, ahora vamos a otra cosa, mariposa. Vamos a diseñar el plan:
pues …, ahora vamos a otra cosa, mariposa. Vamos a diseñar el plan:
- 1º. Táctica a seguir
- 2º. Despliegue
- 3º: Andemos con cuidado no nos
vayamos a escalabrar.
- 4º. Hay que correr más que el
bicho si es comestible y mucho más si es un bicho agresivo que trate de venir a
por nosotros. Entonces tendremos que salir por piernas para que no nos alcance.
5º. Espero que el que lo ha visto, no lo haya
confundido con su mano derecha, que está
siempre rascándose la nariz y es probable que, al rascarse de modo inmoderado,
agitado y rápido, crea ver dos orejas.
Una vez conocido el
plan logístico y el despliegue y consejos, pasamos de inmediato a ejecutar la
operación. Quedamos esperando el momento que nos indicara el Jefe. A su
inesperado y repentino grito de “¡Ahora!", salimos corriendo en desbandada. Una
vez repuestos del susto, nos desplegamos sobre el terreno avanzando
cautelosamente- aunque el animal se tuvo que haber enterado de todo lo hablado,
porque nuestra cautela dejaba mucho que desear.
Hicimos una maniobra envolvente
y de repente, ¡Zas!, un conejillo salió
disparado del lugar donde se cobijaba. Nos sorprendió tanto que casi salimos
corriendo y huyendo del gazapete. No obstante, recuperamos nuestra
inquebrantable entereza y corrimos, pero sin mucha convicción, como pensando: ”Si ese
gazapillo se para y da la vuelta, ¿quién le va a toser?”.
Lo cierto es que no hizo mucha falta, puesto que el pobre animal peludo, corriendo como pollo sin cabeza, se dio un golpe contra una roca que emergía del suelo y se entregó.
Así cazamos a aquel desdichado animalillo. Fue la suerte y no nuestra habilidad como cazadores la que nos llevó a hacernos con él, ya que el pobre, con el golpe recibido se quedó atontolinado. Había casi anochecido, hora apropiada para cenar arroz con conejo. Con nuestra presa a cuestas, nos dirigimos a la casa de Toleo. Allí, su hermana, una joven encantadora, nos preparó la comida. Una vez cocinado, quedó delicioso. Conocí a su madre, una señora de aspecto delicado y bondadoso.
Fue poco conejo para tanta boca hambrienta, pero el arroz estaba riquísimo. Nos supo a casi nada, aunque su sabor y el momento tan entrañable que pasamos degustándolo, fue algo imborrable. Y lo fue más no por la comida en sí misma, sino por la ocasión que se nos presentó de cenar todos juntos sin haberlo planificado y por el bocado tan sabroso que representaba aquello, que la suerte nos puso de cara. En aquella bacanal de regocijo, pienso que se alegró hasta el conejillo, que tal vez pudo pensar: “De caer en otras manos, en mejores bocas, ¡imposible!.
Zaragoza,
05 de octubre de 2013 (08:04 horas)
NOTA:
He tenido la fortuna de saber quien era otro de los amigos que nos acompañaba cuando cazamos un gazapo. Además él fue quien lo cogió cuando el animal quedó inmóvil por el golpe recibido.
Mi amigo "olvidado" era nuestro compañero de estudios Alfonso Molina Baena -Alfonsillo. La historia de la caza se desarrolló en "La Cuesta de Corneta". Compramos el arroz y nos preparamos para cocinarlo y comérnoslo, como se narra en el escrito publicado.
Yo tenía claro que faltaba alguien y me pasó lo que suele pasar cuando una persona se encuentra en medio de un bosque: "Los árboles no me dejan verlo".
Estas omisiones, olvidos, suelen ocurrir con mucha frecuencia, lo importante para mí es que he podido incorporarlo al mosaico de fotos en el que aparecemos todos.
Espero que esta información y actualización sea la definitiva.
He tenido la fortuna de saber quien era otro de los amigos que nos acompañaba cuando cazamos un gazapo. Además él fue quien lo cogió cuando el animal quedó inmóvil por el golpe recibido.
ResponderEliminarMi amigo "olvidado" era nuestro compañero de estudios Alfonso Molina Baena -Alfonsillo. La historia de la caza se desarrolló en "La Cuesta de Corneta". Compramos el arroz y nos preparamos para cocinarlo y comérnoslo, como se narra en el escrito publicado.
Yo tenía claro que faltaba alguien y me pasó lo que suele pasar cuando una persona se encuentra en medio de un bosque: "Los árboles no me dejan verlo".
Estas omisiones, olvidos, suelen ocurrir con mucha frecuencia, lo importante para mí es que he podido incorporarlo al mosaico de fotos en el que aparecemos todos.
Espero que esta información y actualización sea la definitiva.
Que sorpresa cuando he encontrado mi foto en el blog, un saludo desde el mismísimo Luque ;) (Soy Javi Ordóñez)
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