sábado, 7 de junio de 2014

Mis recuerdos de la Academia de la Aurora



Luque (Córdoba) España
                          (Calle Marbella  de Luque. Foto de Luis Gil Amores)





Introito a modo de entradilla




Cuando en noviembre del pasado año publiqué mi escrito “Un alto en el camino”, adelanté que en diciembre trataría de subir otro que tenía medio escrito y que lo titularía “Burro rico, Burro pobre”. En realidad, el título de “Un alto en el camino” debía ser el preámbulo del de los borricos y así, en un solo relato, hubiera expuesto una historia más larga; sin embargo, por distintas circunstancias no me atuve a lo previsto dada la extensión que adquirió el que figura en mi blog desde hace seis meses. Ha ido pasando el tiempo sin que mi ánimo me permitiera seguir, dejándolo para otro momento –“mañana lo haré” me decía, “para lo mismo responder mañana”, como rematara Lope de Vega en el verso final de su soneto “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”, al que cito con sumo placer y de paso copio.

La historia iba a versar sobre dos insignes burros de 4 patas más 1r (4p+1r), que parece ser uno de los dos términos de una ecuación de primer grado pero, obviamente, significa otra cosa, sobre la que escribiré y, por supuesto, aclararé el significado de la “r”, o sea, “despejaré la incógnita”.

Así, pensando en ese apasionante tema, me asaltaba otro que pareciera pedir, con urgencia, paso y ser el primero. Tanto me dominaba esa fijación que cedí a sus pretensiones uno es muy débil-. Se trataba de la Academia de la Aurora, de su nacimiento y del curso que pasé allí entre profesores, amigos y pizarras. Innumerables recuerdos me asaltaban y pedían con ganas plasmarse en el blog.

En principio lo vi muy fácil y rápido de redactar; luego, poco a poco, me di cuenta de que, no siendo difícil, entrañaba algunas dificultades –dudas, lagunas, etc…-, que a veces me disuadían de llevarlo a cabo y a veces me animaban a seguir.

El hecho de haber estado inactivo en mi blog durante tanto tiempo no ha impedido que, durante mis largos paseos por la ribera del Ebro y zonas aledañas, no tratara de ir recordando y enriqueciendo el contenido de aquellos momentos vividos, de recuerdos queridos, de tantas y tantas cosas, que en los meses que duran un curso, se pueden llegar a experimentar, a sentir, a enamorar, a vivir en suma.


Zaragoza
                                     (Ribera del Ebro, Zaragoza. Foto de Luis Gil Amores)

Refiriéndome a mis paseos por la Ribera, me iba dando cuenta de las continuas contradicciones que habitan dentro de mí desde siempre. Mientras caminaba, se me venían a la mente imágenes de aquel pasado con toda clase de matices y detalles, que me llevaban a echar de menos un ordenador para fijarlos por escrito y evitar de esta forma su olvido. Cuando llegaba a casa, esa necesidad perentoria se apagaba como una pavesa y me decía que tenía todo el tiempo del mundo para ponerme a escribir lo pensado, o sea, que no escribía, mi vaguitis era crónica -y lo sigue siendo. Esta eterna contradicción me recuerda unos versos de J. Sabina en su canción “Y sin embargo”: “Y sin embargo cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado….” Cuando deseaba escribir, no tenía un Pc a mano; cuando estaba junto al Pc, lo que había madurado durante el paseo respecto a la Aurora y a mil cosas más: los borricos, el árbol del pecado, la Parroquia, el Castillo, las chumberas que había entre el Castillo y la ermita del Rosario, etc..., se apoderaban de mí y olvidaba el ordenador y, consecuentemente, ni lo encendía.



Mis primeros contactos con el inmueble


Mis recuerdos del complejo de la Aurora –iglesia y edificaciones anexas- se iniciaron el año en el que llegué a Luque, en 1961. Vivíamos en la calle Marbella, en el nº 14. Este edificio tenía dos entradas por la zona lateral, la que se abría a la calle citada. Creo que por entonces vivía alguien allí y me suena mucho el nombre de “El Sacristán” o, quizás, “El Santero”. Tenía un motocarro de color blanco tirando a gris. Puede ser que tuviera varios hijos, pero sólo recuerdo a uno de mi edad- a la sazón unos doce años-, con el que trabé amistad.


enluque.com
                         (Calle Marbella en 1957. Foto de www.enluque.com)

Su padre, El Sacristán, puede ser que vendiera hielo, gaseosa, polos, caramelos… En el interior de una de las salas de aquella casa aprendí a hacer caramelos ya que veía cómo los fabricaba aquel chaval: en un cazo echaba azúcar y un poco de agua, lo ponía al fuego y cuando se derretía vertía el líquido resultante en una especie de molde con pequeños huecos en forma de adoquines. Puede ser que tuviera también garrafas con jarabes de fresa, menta y limón que, convenientemente disueltos en agua, le serviría para hacer polos o, tal vez, gaseosas aunque, la verdad, gaseosas de menta nunca las he visto. Por cierto, aquel jarabe concentrado lo probé en alguna ocasión, estaba delicioso, pero muy fuerte.

En una ocasión observé que mi amigo tenía una herida –quemadura- terrible en una de sus piernas; era circular y de aspecto muy desagradable. Le pregunté y me respondió que se la había causado la salida del tubo de escape del motocarro cuando tenía el motor en funcionamiento. La herida la cubrieron con una especie de ungüento de color mostaza, lo que me parecía más dañino aún para la vista, tanto que, todavía hoy, cada vez que como salchichas con mostaza, me da repelús rememorar aquella escena, que hoy evoco.


Años 60

 Volví a visitar esta casa algún día del año 1962. Esta visita iba relacionada con un nombre raro, que comencé a oír por aquellos días: HOAC, luegoJOC, que eran las siglas de Hermandad Obrera de Acción Católica y Juventud Obrera Católica. Debió de ser que, con ocasión de la institución de ambas, se celebró, al menos, una reunión en la terraza de la Aurora. Allí acudimos algunos niños y jóvenes de la época, todos los que cabíamos en aquella azotea de aforo reducido. Seguramente se hablaría sobre el significado de las siglas escritas anteriormente y su contenido y trascendencia cristiana. Al finalizar ese asunto, se abordó lo mundano, desde el relato de anécdotas hasta algo más atrevido: contar chistes –blancos, y alguno amarillo verdoso-. Aquel encuentro me dejó buen sabor de boca; pasé un rato muy agradable.

En la fachada exterior del inmueble y, concretamente, entre el estrechamiento que existe en la esquina de la casa de La Niña y la fachada de la Aurora, había y hay una especie de rincón, en el que se apreciaba una desvencijada puerta de madera basta, de color gris manchada de yeso, nudos y líneas, formando caprichosos dibujos, que parecían representar las venas de la madera. En aquel sitio me encontré más de una vez a alguna señora, ya mayor, que de pie vertía sus aguas menores. Inmóvil, parecía una estatua. Alta y delgada y, por su atuendo -con vestido largo y negro, tan al uso en aquella época, me recordaba al "Licenciado Cabra" en la vida del Buscón. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo -oía el choque del líquido al caer sobre el suelo-, de vergüenza me quedé petrificado, como la mujer de Lot -pero esta fue por curiosa y su estatua, de sal. Lo peor fue que, en mi estado de parálisis, la miraba fijamente a sus ojos y ella me miraba a mí como un poco avergonzada. Sentí que mi cara se encendía de rubor. Afortunadamente se puso a caminar hacia arriba y yo me desbloqueé. Deseando desaparecer de allí, caminé abochornado y casi corriendo hacia las cuatro esquinas.
con pañuelo

Alrededor de aquel destartalado portón se arremolinaban muchos gatos vagabundos y/o de la vecindad. Por los meses de enero, febrero y marzo, esos felinos andaban con las hormonas revueltas. Se les notaba en su comportamiento unas enormes ganas de relación carnal, es decir, descomunales ganas de “rollo”: el celo los tenía descontrolados. A veces, cuando se ponían a tiro, corríamos hacia ellos y los muy avispados y ágiles felinos desaparecían por debajo de aquellos tablones, algunos con la miel en los labios, sin haber podido rematar la "faena". También recuerdo a los perros, que cuando llegaba su época amorosa, allá por el corralón, disfrutaban de aquellos pocos placeres que la vida les brindaba a algunos privilegiados, muy pocos. Los perros lo tenían más complicado para correr, ya que a veces se quedaban enganchados. No puedo olvidarme de las culebras que caían de los tejados. Debían ser machos que se peleaban por ganarse los favores de su Julieta que, arriba, impaciente, debajo una teja, esperaría el resultado de la lucha y recibiría con alborozo y entrega a su héroe. Ninguno de los dos subiría al tejado. Entre azadones y palas, los vecinos daban buena cuenta de aquellos reptiles. Hay quien dice que se oía una voz culebril que exclamaba: ¡Ay, otro año en ayunas, que me voy a quedar "pa" vestir santos!. Aquellas escenas eran lo más porno que conocíamos  en el pueblo en lo que a animales menores se refiere. Con los burros la cosa resultaba diferente. Lo de los burro era auténtico porno duro.


Luque (Córdoba) España
                                   


En el centro de la pequeña y entrañable plaza por donde se accede al templo, envuelta en el rumor sempiterno y tranquilizador del murmullo del agua, se alzaba -y ahí sigue- una fuente. De sus caños salía incesantemente el líquido elemento que, cristalino y fresco, rompía contra las piletas que ayudaban a soportar los cántaros. Era un maravilloso marco idílico, donde tantos noviazgos y matrimonios nacieron. Mozuelas y mozuelos de   diferentes generaciones   tejieron allí hermosas historias de amor, turbadas ellas ante la presencia del pretendiente y acongojados los heroicos aspirante a novios, tal y como relaté en “El pretendiente: una experiencia muy fatigosa”. 

(http://luisblogger48.blogspot.com.es/2013/05/el-pretendiente-una-experiencia-muy.html)



Juncos

En el rincón interior se  encontraba el puesto de churros. Todas las mañanas, la mujer que hacía los tejeringos –no recuerdo su nombre- ¿tal vez Rosario?-  que, si no me equivoco, era la madre de mi amigo José Marzo -Joseíllo E.B. José era de pelo rizado, rubio tirando a rojizo, de ojos claros-. (Ignoro qué habrá sido de él, pero espero que esté bien). La madre de este amigo mío iniciaba su jornada laboral muy temprano. De noche aún, ya estaba colocando los útiles para comenzar a producir aquel manjar que, servido en unas anillas de junco, le daban un aspecto más  apetitoso -el junco no se come, pero le añadía un toque mágico a lo que sí, aunque, más que comer, se devora. Algunos sábados o domingos bajaba a comprarlos y, mientras subía a mi casa, mis pellizcos sobre aquella masa frita se iban acelerando de modo peligroso, corriendo el riesgo de que no llegara ninguno para mis hermanos. Ganarse la vida en aquellos tiempos no era tarea fácil para casi nadie. Aquella señora tenía la gloria asegurada.

El interior de la Aurora se convirtió para mí en algo muy familiar, ya que fue mi destino durante parte de un curso cuando, de forma casi repentina, murió Don Francisco, en noviembre de 1967.



Luque (Córdoba) España
                        


Inmediata y urgentemente, se instituyó la que fue la Academia de la Aurora y hoy es la Casa Parroquial o de catequesis. De prisa y corriendo se habilitó aquel lugar con escasos  medios –bancos de madera basta, algunas sillas, unas pizarras y poco más-, pero suficientes para salir del paso.Y así, gracias a la labor y el compromiso de un grupo de generosos profesores, pudimos seguir estudiando todos los luqueños que nos habíamos quedado huérfanos de nuestro querido Maestro.
(Don Francisco Cañete López)





El elenco de profesores, que recuerdo y que fundaron este Centro docente, estaba compuesto por los siguientes:

-      Don Aurelio Partera Partera, cura coadjutor.
-      Don Antonio Jiménez, Antoñín el de Marcos.
-      Don Ángel Pérez Ortiz.
-      Don Ramón Santiburcio Cornejo.
-      Don Alfonso Molina Rodríguez.




Profesores de Luque (Córdoba) España




 Como estudiantes y al uso de la época, por algún rasgo o particularidad que observábamos en ellos, le pusimos un alias a casi todos, siempre desde el cariño y reconocimiento que les teníamos y en consonancia con la inocencia de entonces. No hace falta decir que aquellas denominaciones salían de nuestros nobles y delicados corazones. Éramos unos angelitos .

Queríamos que los apelativos procedieran de títulos de películas, aunque  sólo lo conseguimos con el don Ramón. Los demás salieron de acciones de las que se derivaban fácilmente los “títulos” otorgados.

-     A don Aurelio Partera le llamábamos “Sin conciencia de Dios”. Este apodo nació de un merecido tirón de orejas, que nos dio a A MGR y a mí, con tantas ganas que casi se queda con ellas en la mano.
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  A don Antonio Jiménez solíamos llamarlo “Nuspugón”. Debía ser por aquello del francés, ya que la pronunciación de la erre de forma gutural del futuro del verbo “pouvoir” nos extrañaba y nos hacía mucha gracia, hasta el punto de tener que reprimir más de una carcajada.
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A don Ramón Santiburcio, dada su extrema delgadez, lo conocíamos como “Lo que el viento se llevó”. Nunca se lo llevó. Su fortaleza de espíritu y de carácter lo impidió.
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De don Ángel Pérez no recuerdo ningún apelativo que lo identificara.
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A don Alfonso Molina le venía de perlas el “Salió del Ejército”. El origen estaba en unos botos que calzaba con unos tacones que se oían en “estéreo”. Cuando por la mañana temprano bajaba por la calle Mármol, su rítmico “toc, toc, …”tronaba entre las paredes de tan angosta vía. A nosotros nos parecía que venía desfilando con ese sonido tan marcial. Recuerdo a Marisol cantando “Con paso firme y marcial, marchemos codo a codo a luchar… “


Descripción de las dependencia académicas


 La planta baja se componía de dos aulas separadas por un pequeño despacho que también se utilizaba para las clases. Había una especie de habitación/almacén que se comunicaba con la sacristía. Un patio completaba la superficie baja del edificio.


Luque 1967 




















A la planta superior se subía por unas escaleras, que partían del vestíbulo. Allí había una clase relativamente grande y, a través de ella, se accedía a la terraza, que daba a la calle por un lado, protegido por una tapia baja a modo de barandilla, y al patio/muro por el otro. La pared interior de la azotea era de resillas lisas y rojas, enmarcadas en líneas perpendiculares del color de la argamasa que las sujetaba. En el centro de dicha pared y sobre el punto medio había un depósito de agua, creo que era como del material de la uralita, quedando pegado al muro. Se convirtió en un escondite del que hablaré más adelante...





Algunas anécdotas




El último chiste (Nota1)

Una tarde, mientras esperábamos al profe, MGR y yo comenzamos a contar unos chistes que, de color blanco primero, pasó al azul y de allí nos fuimos directamente al verde oscuro. No nos percatamos de que Don A.P.P. estaba oyendo tras la puerta lo que decíamos. Creo que él también se reía, ¡vamos!, lo presumo. Puede ser que pensara en dejar seguir el jolgorio y, así,  advertir hasta donde podíamos llegar con aquel mágico tiempo de risas y gozos y nuestros atrevimientos “sexuales”. Cuando comenzamos con los chistes casi verdes, la atmósfera de la clase se iba “encendiendo”, de modo que se pedía”¡más madera, más madera!”. Entonces llegó el detonante: M.G.R. contó el chiste de “¿Mamá, la luz se traga?” y nada más acabarlo, entró D. A., como un basilisco y, cogiéndonos de una oreja a cada uno, nos llevó al aula de “Las Pizarras (Nota2)”, nos puso de rodillas, brazos en cruz y un libro en cada mano. Corto fue el castigo y aquello pasó como una simpática anécdota de aquella fantástica vida que nos pegábamos.


Luque (Córdoba)


El almacén

 En el almacén, habitación de desahogo, que se comunicaba con la sacristía y una ventana abierta al patio, había unos cuantos sacos de una especie de “caracolillos” que, a modo de macarrones, eran de pasta comestible y formaban parte de la ayuda que los americanos daban a España. Lo sé porque cada saco tenía impreso en su tejido un recuadro con un texto que, aunque escrito en inglés, pudimos medio descifrarlo gracias a unos cuadernillos que acompañaban al periódico ABC, con consejos, vocabulario y frases en inglés<-español>, cuya finalidad  sería servir  de ayuda a los emigrantes.


Academia de la Aurora
















Ayudando a Don Aurelio a oficiar la misa: monaguillos a la fuerza. 




Un día estábamos MGR y yo en aquel sitio y vimos una garrafita muy bonita, coqueta, de cristal verde pero forrado de algo parecido al esparto o mimbre. Nos aproximamos, la cogimos, le quitamos el corcho y olimos: “¡es vino de misa!”- exclamamos. Comenzamos con un traguito cada uno y, la verdad sea dicha, nos sentó bien porque dimos otro, y otro y ... Estábamos contentos con la dulzura de aquel néctar y el calor interior se fue apoderando de nosotros a la par que la alegría, que aumentaba por momentos. La humanidad parecía bondad pura, los pajaritos piaban, las cosas inertes se movían solas, creo que alucinábamos.... Entonces entró don Aurelio y nos dijo que nos necesitaba para ayudar a decir la misa de “UNA” o, tal vez, una misa a petición de alguna feligresa, ya que me parece raro ese horario para oficiarla. Yo no tenía, ni tengo, idea de dicho cometido-. No nos pudimos excusar y procedimos según nos mandó. D. Aurelio no sabía, ni supo, creo, lo del “meneo” que le dimos al vino. Le dejamos poco, nos bebimos casi todo o quizás nos lo bebimos todo:

" Y Allí en la Sacristía, servidor y Marcelino, sin que el cura lo notara, "jartos" salimos de vino".



¡Menos mal que había muy poca gente en el templo, 3 ó 4 señoras! Fue uno de los peores ratos que he pasado en esta vida. La seriedad y solemnidad, que se supone hay que mantener en una misa, contrastaba con las tonterías que hacía M.G.R. y la risa que me provocaba, ya que a mí, cuando había situaciones serias me daba por reír y todas aquellas gansadas me descontrolaban. Entre convulsiones tanto de pie como de rodillas, pudimos terminar la ceremonia. Una mujer de las pocas que había, también se contagió y sus delatores ataques de hilaridad pusieron en guardia a don Aurelio, que debió mosquearse, ya que comenzó a mirar de refilón para atrás (debía pedir al Señor que le prestara unos ojos para el cogote y poder  enterarse de lo que ocurría en aquellos momentos a sus espaldas). 



Luque (Córdoba)
                                               (Interior de  la ermita  de la Aurora. Foto de Luis Gil Amores)








Aspirante a pretendiente


En las mañanas frías y soleadas solíamos salir al patio a tomar un poco de sol. Como los lagartos, calentábamos nuestra sangre aparentemente de horchata, vigorizábamos nuestros adormilados cuerpos y serenábamos nuestros inquietos espíritus. Allí charlábamos y nos veíamos las caras mucho mejor, porque parecía que en el aula se nos ponía una faz rara, un aspecto como de estar en clase, poco estético y apetecible.
Un día me di cuenta de que un compañero de curso me miraba, pensaba y dudaba. Yo no entendía bien qué era lo que le pasaba o quería. El caso es que advertí que también miraba a MGR. Parecía querer decirnos algo, pero se echaba para atrás, no se atrevía. Yo estaba intrigado ¿le habré gustado? Me preguntaba –es broma-.
El desenlace a esa situación se resolvió pronto. En un momento de aquellos y en un arranque de valentía, nos llamó a MGR y a mí y nos preguntó: ¿A alguno de vosotros os gusta X?-X era compañera de curso-. Respondimos que no, que no pretendíamos a ninguna mozuela. Eso le hizo respirar tranquilo y nos agradeció la rapidez de nuestra respuesta. Quiso comprobar que el terreno estaba despejado. Y lo estaba por lo que a nosotros respecta. Y a mí, así como el que no hace la cosa, se me ha ocurrido componer este texto humorístico para quitarle hierro al asunto, porque aquellos tragos eran amargos (como el Vino amargo, de R. Farina).


El pretendiente que imploraba la Virgen de la Aurora



Virgen
"Enamorado, imploraba,/ a la Virgen de la Aurora./ "Te ruego a ti, mi Señora,/ que la duda sea aclarada",/"Dime, entonces, hijo mío,/háblame, no seas lelo/ni pardillo ni canelo,/¿en qué embrollo te has ‘metío’?”/Pues a una moza pretendo,/ estoy muy enamorado,/me encuentro desesperado/porque respuesta no tengo./Temo que aquesta belleza,/que en el patio toma el sol,/cual lagarto y caracol,/ronde por otra cabeza,/me la arrebaten o quiten/(¡Me está temblando el meñique/de sentir tanto dolor!)
¿Y por qué no le preguntas/ a la acaso competencia,/ y se evita la pendencia/de esas dudas que barruntas?
Tienes razón, Virgencita,/ ¡qué tonto!, no haber caído/ en preguntar a Cupido/ si ha clavado otra flechita!/¡Ve, por tanto, y pregunta,/ habla claro con los otros/y límpiate esos dos mocos/ de tu nariz en la punta!/ Fuese el mozo emocionado,/inseguro y timorato,/ andando como anda un pato,/como un pato mareado.
Habló a sus dos compañeros,/ sus más directos rivales:/"Os preguntaré, mozuelos,/ y pido  respuesta clara,/quiero ver en la mirada/ si queréis a quien yo quiero”./ Sorprendidos nos quedamos./ Le respondimos que no,/que, si quería a su "amó",/el "vistobueno" le dábamos./Y eso fue lo que "JiSimos"./Nuestra aprobación llevóse/y quizás, a día de hoy,/de felicidad rebose”.



El juego del escondite



Durante los atardeceres, la oscuridad llegaba enseguida y a las 6 de la tarde ya era de noche, o casi. En una ocasión y aprovechando algún espacio vacío, un descanso largo, oí la voz de una moza preguntar: ¿Por qué no jugamos al escondite? Creo que fue una idea muy bien aceptada por casi todos, una idea brillante, genial. La persona que propuso aquel juego, tan de mi agrado -me refiero al juego-,  seguramente ya lo tenía planificado. Se acordó, por parte de algunos, que el espacio dedicado a tan sugestivo entretenimiento sería el que comprendían las aulas y la terraza. Dicho y hecho, en un segundo sentí que me cogieron de una mano y tiraron de mí con tanta fuerza que notaba que estaba volando, como Cleofás (Nota3), el protagonista de la obra El Diablo Cojuelo de Luis Vélez de Guevara. Quien tiraba de mí era una compañera de la Academia pero no me acuerdo de su cara ni de su nombre, porque mi pensamiento entonces viajaba  en otra dirección más interesante.


Vélez de Guevara
Noté un sentimiento mezcla de ilusión, emoción  y excitación, no porque pensara en lo que estamos pensando todos, sino en que tenía ganas de compartir con alguien la vida y andanzas de Fray Gerundio de Campazas (Nota4). De prisa y corriendo me llevó escaleras arriba camino de la terraza. Por el camino cambié a Fray Gerundio por otro tema más divertido. Me preguntaba “¿y si le recito estos versos trisílabos “perfilan/sus líneas/ de mozos/ los chopos”?¿Y si le hablo de la regla de Ruffini? ¡Ohhhh, cómo le hable de Ruffini,  me mata! En realidad, yo no pensaba en nada, me dejé llevar dulcemente acongojado.

Así llegamos al lugar, tal vez, premeditado por mi “transportista”. Fuimos a parar detrás del depósito de agua de la terraza. Ella me decía:"¡Pégate mucho para que no nos vean!” Yo, cada vez más acongojado, me pegaba pero parecía que no era suficiente, “¡Pégate más!”, me decía impaciente. Yo quería pegarme del todo, pero entonces unas dudas terribles me asaltaban,  y no dejaba de preguntarme: ¿Y si chilla? ¿Y si no es eso lo que desea? ¿Y si ese “pégate mucho” se refiere a que me pegue a la pared? Entonces una voz vino a deshacer el encanto y el embrujo de aquel mágico momento. ¡Ahí están!”- oímos. Nos habían localizado en un instante. ¡Lástima!- exclamé para mis adentros. ¡Poco dura la alegría en la casa del iluso!

Cuando, pasado el tiempo, se me venía a la mente la “fracasada” aventura, pensaba que parecía como si, en vez de estar jugando al escondite, nos hubieran puesto en busca y captura –”Se buscan – 500 pesetas. Vivos o muertos”. Igual que en las novelas del Oeste americano.








"Y la moza me llevó/ al escondite bellaco/ más bellaquear no pude/ nos descubrieron en el acto.

Tras el depósito de agua, como un hierro al rojo vivo, por el fuego de la fragua, mi cuerpo quedó encendido." 










Mis conclusiones



Anécdotas aparte, he de reconocer que, de todo lo estudiado en el Bachiller Elemental, que terminé en esta Academia, comencé a acumular palabras, conceptos, imágenes, ideas, poco a poco. Sin darme cuenta, iban cayendo en el interior de una especie de saco vacío que debemos tener en el cerebro. No había orden, pero allí quedaban.


años 60
Aprender sobre Gramática y enfrentarte a palabras/expresiones muy raras, como p.ej., "El plural mayestático". Ver dibujos y enterarme de los Infusorios en el texto de Ciencias, la ameba y el paramecio. Leer el romance de Gerardo Diego “Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja”..... Los afluentes del Miño, del Júcar. El Esternocleidomastoideo, palabra larguísima que, para aprenderla, tuve que dividirla en tres partes, o sea, a plazos, como si fuera un augurio de lo que me esperaba en la vida para poder comprar las cosas. Las generaciones del 98, del 27. Las reglas de Ruffini y Kramer en el campo de las ecuaciones. Las obras de Bécquer: El Miserere,  Rayo de luna y Maese Pérez el organista. El francés (Nota5), con mi odiado Jean Duclos y su sempiterno Mon cher ami/e. En fin, tantas y tantas cosas sin conexión aparente, fueron modificando la visión de la vida, del saber -poco o mucho-, de ver y analizar la realidad, entender el significado de concepto: la aprehensión de los universales. En resumidas cuentas, de la capacidad de moverse con más o menos agilidad por el mundo de lo abstracto, aunque esto quizás comenzamos a aprenderlo desde que nacemos, sin ayuda. Yo, más que abstraído, era distraído, descuidado.

Era una acumulación de conocimientos que, como ladrillos destinados a construir un edificio, se almacenaban sin que tuviéramos constancia, en silencio, que no los apreciábamos porque pensábamos que  solamente serviría para superar unos exámenes, unas pruebas, unas oposiciones, que después ya no se volverían a utilizar, más tarde, en el transcurso de la vida, se iban revelando como fundamentales. No todo puede ser útil, pero muchas cosas, en determinadas situaciones, vicisitudes,  emergían y nos daban una ventaja: por lo menos las habíamos estudiado, que no era poco.

La vida real, por lo menos la mía, para sacarme lo aprendido y aparentemente olvidado, actuaba como un imán que atrae a un alfiler perdido entre la paja. Cualquier experiencia casi siempre suscitaba esa atracción imán/alfiler y extraía de mí cosas que aprendí con El Maestro y en La Aurora.   

Cuando en Madrid comencé a oír apellidos castellanos, poco corrientes en Luque, me maravillaba saber que uno de mis colegas se apellidaba Peribáñez, y de forma automática yo pensaba con inmensa alegría: ""...y el comendador de Ocaña", de Lope de Vega.


Otro compañero se apellidaba "de Diego", y surgía la figura y el romance de Gerardo Diego: ""Río Duero, Río Duero, nadie a acompañarte baja....""

A Rufo lo llamaba Ruffini, que permitía el cálculo rápido de cualquier polinomio entre un binomio de la forma (X-Y)


Laínez me recordaba a Pedro Laínez, del Siglo de Oro, que fue olvidado por no imprimir sus poemas ¡Ay Láinez, qué corto eras!.


Inclán, que me traía a la cabeza "Luces de Bohemia" de Ramón Mª del Valle Inclán: el callejón del gato, los espejos curvos que reflejaban cuerpos deformados, etc...


Campoamor, que me hacía pensar en Felisa, las Humoradas y las Doloras, El tren expreso, obras de D. Ramón de Campoamor. 


Biblia
Rut y Noemí, mozuelas que vivían en el Cuartel donde yo hacía la mili. Esos dos nombre me transportaba a la Historia Sagrada, en 1º de Bachiller. Cuando leía que Rut espigaba en los campos de Boez para poder alimentar a su suegra Noemí y, ¡claro!, alimentarse ella. Me enamoré con 12 años de aquella bella joven que, en un precioso dibujo, aparecía en el libro de religión. Boez, que era muy pillo, les decía a sus empleados: "Dejad algunas espigas en el suelo, porque aquella joven me gusta cada día más y debe alimentarse bien. Tengo que declararme un día de estos". Boez era algo tímido, pero finalmente le tuvo que confesar la pasión que sentía por ella. Como es natural, la cosa terminó en boda. Así comieron todo el trigo que quisieron y Noemí, que era muy buena, se convirtió en la suegra del terrateniente. 

Así, escribiendo cosas aprendidas en Luque, me podría pasar toda una vida.

https://fbstatic-a.akamaihd.net/rsrc.php/v2/yj/r/mkUCm0hEprk.gifLo bueno de tener "ladrillos" en la cabeza es que ayudan a "edificar" algo. La necesidad en los estudios, sea cual sea el nivel, la curiosidad sana, la música, las costumbres de otras tierras por entonces extrañas, y una serie de cosas desconocidas abren los ojos a un mundo que existe pero que, sin saber, no podemos verlo. Un relato muy ilustrativo es "La alegoría de la caverna". Allí, dentro de la cueva, se proyectan las luces de fuera y las sombras de personas y animales que pasan por el exterior. Los espectadores, dentro de la cueva e inmovilizados -muchas veces porque no quieren o no les interesa moverse-, no pueden volver la mirada atrás, creen que lo único que existe es lo que ven, sombras en movimiento. No se percatan de la luz del sol, de los colores, de los ríos,de  los cuerpos, en fin de todo lo que existe.

Campiña cordobesa

Aprovechando esta perorata  que he soltado, y en relación con el saber, no quiero olvidarme de mi gran amigo luqueño Manuel Bermúdez Rodríguez. Manolo era jornalero, vivía por el Algarrobo. Cuando  nos veíamos, muy de vez en cuando, me lo pasaba bien. Tenía buen humor, tenía sueños, tenía 35 años, tenía el pellejo de la espalda como el cuero negro y duro, de segar con la hoz en las ardientes campiñas de nuestra tierra, tenía las manos encallecidas, los dedos rotos de coger aceitunas, tenía unas inmensas ganas de ingresar en la Guardia Civil. Manolo sabía que la vida en la Institución a la que he pertenecido durante 45 años, no era fácil, sobre todo si lo destinaban a la playa. Serían años y años de duro sacrificio que diariamente se iniciaba a la puesta del sol y terminaba al amanecer. En invierno, sobre todo, aquel horario era interminable, casi insoportable. Pues aun con eso, quería ingresar ya que lo que tenía era peor. Con 35 años solamente le quedaba una oportunidad para examinarse e ingresar en la Academia.


Segadores

En una casa en reforma, en la Carrera, por encima de la Caja de Ahorros de D. F. Barona, un grupito de aspirantes al Cuerpo nos reuníamos para hacer algo de dictado y cuentas. Yo les daba clase; sabía que no iba a ser fácil conseguir entrar. Con 19 años tenía esa inquietud que provoca el pensar que Manolo no lo lograría. 

En marzo de 1968 nos examinamos en la Comandancia de Córdoba. Lo que temía se consumó. No superó el examen. Fue un amargo día para mí. Lo único agradable que oí era la canción Delilah, de Tom Jones. Estaba de moda y por las ventanas de las viviendas del inmenso cuartel de Córdoba, no paraba de sonar. Me encantaba aquella canción y, a la vez, me producía pena porque sabía que estaba en vísperas de abandonar Luque: mi familia, amigos, vecinos, a toda la gente conocida y querida; también  sus calles, sus monumentos, sus paisajes.









Cuando salí de la Academia de Úbeda, de las primeras cosas que hice al llegar al pueblo, fue preguntar a Aurelio -MH- por Manolo. Me dejó de piedra: "¿Manolo? Manolo ha muerto." 

Para concluir quiero exponer las dudas/lagunas a las que me referí al principio de este escrito. Para asegurarme busqué el libro de calificación del instituto Aguilar y Eslava, de Cabra.


Portada
(Instituto Aguilar y Eslava de Cabra. http://www.aguilaryeslava.org/edificio/historia/)


años 60El bachiller debí terminarlo en 1964; sin embargo, lo tuve que hacer en 1965. ¿Por qué ese año de prórroga? El librito me dio la respuesta, me dijo algo como: "Luis, te quedó una asignatura pendiente, no pudiste hacer la reválida cuando debiste hacerlo, cuando te correspondía si hubieras ido por el buen camino y tu número de expediente es el 163, no el 164 que has escrito otras veces." Dicho sea todo esto con ganas de cachondeo. Por eso me fui dando cuenta de que muchos de mis compañeros hasta cuarto, ya no estaban conmigo en La Aurora. Ellos habían aprobado la reválida a su debido tiempo y, por entonces, unos estudiaban quinto y otros optaron por otros caminos. Algunos se fueron a Barcelona. Un día estuve en aquella ciudad y pude ver a los mellizos Aledo y Francisquito. Fue una tarde de palabras, cerveza y cena en una taberna cercana a la plaza de Colón, ¡un momento entrañable!

Sin ánimo de criticar a nadie del mundo oficial de la docencia de aquel tiempo, quiero decir que nosotros, a pesar de nuestras pillerías, vaguerías, y otros "méritos" bien ganados, aprendimos a trabajar en equipo sin saber que lo hacíamos. Fuimos precursores de lo que hoy con tanto boato se trata: "El trabajo en equipo".

En determinadas ocasiones, fuera de clase, mientras paseábamos por el sitio que fuera y sin haberlo acordado, comenzábamos a preguntarnos unos a otros cosas relativas a las asignaturas: obras literarias, autores, afluentes de ríos, comarcas, fórmulas como, por ejemplo, la del ácido sulfúrico, oraciones principales y subordinadas, coordinadas copulativas/disyuntivas, y así hasta el infinito. Sin embargo, nuestros resultados en los exámenes creo que no estaban en consonancia con nuestros conocimientos. Había una explicación que, para mí, es la clave. Cada vez que íbamos a Cabra a examinarnos, lo hacíamos en inferioridad de condiciones, dada la nula coordinación, que en mi opinión, existía entre el Instituto y los centros donde se estudiaba por libre -era nuestro caso-, y no estábamos familiarizados con los exámenes "reales", los que valían para superar o repetir curso . Esto provocaba que  nuestros sistemas nerviosos se encontraran alterados los días claves porque nos imponía el edificio, las escalinatas que subían a la planta de arriba, el bullicio al que estábamos tan desacostumbrados, ignorar la clase que nos iba a tocar, las tiras de papel, que parecían boletos para un sorteo y contenían el examen, que nos entregaban dentro, hecho con multicopista e impresos con tono gris de diferente intensidad que, a veces, había que preguntar al profesor vigilante qué significaba una especie de número o letra; en fin, pequeñas cosas que influían negativamente. También conocíamos a algunos profesores por apelativos poco tranquilizadores y fama de duros: Jornillón, el de matemáticas, era un "icono". A mí me tenía amargaíto.

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Lo mejor que recuerdo de Cabra, además de que es una preciosa ciudad, era el viaje en bus, dormir en una fonda con el consiguiente jaleo y jolgorio. Me imagino la preocupación y responsabilidad que suponía para El Maestro. Ir a la plaza del mercado cercana a la fonda y comprarnos cigarrillos rubios mentolados -Salem-, tomar un café de bar y no la malta que bebíamos en casa. Ver un letrero junto a la bocacalle que nos conducía hasta el Instituto: "CARNECERÍA" y que mi vista no podía soportar. Me preguntaba ¿Y qué hace el Instituto que permite eso? Era la pregunta de un ganso ¿Qué culpa tenía el Instituto?. 

En ortografía teníamos tal precisión que se nos escapaban pocas faltas. Con D. Francisco los dictados y correcciones se realizaban todas las mañanas de todos los días. Desde los alumnos de Magisterio hasta el último mono, allí no se escapaba nadie de aquella buena y necesaria práctica.

Los viajes de regreso a Luque solían ser divertidos. Relajados ya, aunque no supiéramos las notas, solíamos cantar pequeñas burradas. Recuerdo una cuya letra era algo así como:

"A la mujer que sea mala, ni reñirle ni pegarle, jártarla de Jigo chumbo y no dejar que ..."



años 60


Hace unos días hablé con Alfonsillo y surgió el tema de las cosas que aprendimos y tuvimos ocasión de recordar algunas como "el oído, se divide en interno, medio y externo" y otras más que se nos ocurrieron. Estábamos contentos de repetir aquellas palabras. Era revivir un tiempo y muchos esfuerzos compartidos. La vida nos dio una oportunidad y la aprovechamos. Luego cada uno se tuvo que enfrentar a nuevas experiencias, a nuevos desafíos que se nos fueron presentando por el camino que emprendimos. 

De aquellos tiempos nació una amistad imperecedera. Aunque no nos hayamos visto durante muchísimos años, no se ha resentido aquel afecto que nació y permanecerá siempre. A través de los recuerdos, todos tenemos la posibilidad de revivir y sentir viejas emociones. Bueno, no todos, algunos amigos muy queridos se fueron demasiado pronto. Para ellos mi cariño y mi recuerdo.


Lo escrito aquí lleva un hilo conductor muy aproximado a lo que realmente ocurrió. A mí me gusta aderezarlo con un poco de humor, de reflexiones, de muchas cosas que parecen querer participar en las historias que escribimos. 

Quiero destacar la amistad y la armonía con la que todos los compañeros de estudios vivíamos aquellas largas jornadas de clase, y, por supuesto, agradecérselo a todos ellos. Muchos recordarán parte de lo que figura escrito porque también fueron partícipes de todas  aquellas vicisitudes. 



Zaragoza, a 10 de junio de 2014 - 14:56. 

Luis Gil Amores.



Notas

1.- Continuación del chiste que contó MGR: “-No, hijo, la luz no se traga ¿por qué me lo preguntas? Porque oí anoche a papá decirte: “apaga la luz que te la vas a tragar”. Yo no puedo asegurar que fuera el último chiste que contamos por entonces, lo que sí sé es que nos quedamos sin ganas de repetir, o sea, lo del último se deduce.

2.- El aula de las pizarras es un nombre que le doy al lugar donde dábamos Matemáticas y Física y Química. Si no recuerdo mal, había dos grandes tableros –una situada junto a la puerta de entrada donde una querida compañera y yo nos poníamos a hacer ecuaciones. La otra estaba al fondo de la clase, detrás de la mesa del profe.

3.- En el Madrid de los Austrias un joven hidalgo, don Cleofás, que huye de la justicia por una cuestión de faldas, se refugia por casualidad en el desván de un astrólogo que tiene encerrado a un diablo en una botella. El diablo le pide que le dé la libertad y Cleofás accede. A cambio, el que se presenta como Diablo Cojuelo lleva al hidalgo a un mágico viaje en el que, por ejemplo, ve desde las alturas el interior de las casas de Madrid como si las hubieran despojado del techo, o también, viaja por los aires a Toledo y a Sevilla. Al final, el Diablo Cojuelo, perseguido por otro diablo que tiene la orden de devolverle al infierno, es acorralado y se mete de un salto por la boca de un escribano que bostezaba. El perseguidor se lleva consigo a escribano y diablo. 

4.- Fray Gerundio de Campazas –alias Zote  -personaje irreal y protagonista de una obra de J.F. de Isla.


5.- Sobre la asignatura de francés, allá en la Calle Prao y en 2º de Bachiller, tengo que decir que se me atragantaba. Le tenía mucha tirria a los franchutes. Vi la película de Agustina de Aragón, que era mi heroína. De un cañonazo dejó capones a unos cuantos soldados enemigos que huían ya con la voz cambiada, puesto que, al perder sus atributos, sus grititos se volverían claros y cantarines. Ya no tendrían la, supuestamente, voz potente de tíos enteros.

Por aquel entonces, la marcha militar "Los sitios de Zaragoza" estaba continuamente sonando por la radio. Me enardecía, me embelesaba, me llenaba de orgullo. 
Cuando me acordaba del protagonista del libro de francés, Jean Duclos, me daba rabia, y pensaba: "¡Como te coja te vas a enterar, qué te voy a dar una colleja que no veas!". ¡Bueno!, no exactamente pero es una declaración del sentimiento que me invadía.
Cuando dábamos la clase, formando un semicírculo alrededor del Maestro, para aprender a pronunciar la "u". por ejemplo, Du Bois, teníamos que sacar el hocico y casi convertirnos en osos hormigueros. Recuerdo a Alfonsillo, Vicenta, Adelita, a los mellizos Aledo, a Rafalín Navas Luque, por supuesto, a mí mismo a ........., ensayando para lograr una correcta dicción de ese raro sonido mezcla de U y de I. A veces Don Francisco parecía dormirse cuando leíamos un párrafo, o nos miraba, y creía que estaba pensando: "¡Anda que lo lleváis claro!". Otras, para ayudarnos a practicar, nos hacía sacar el morro a todos a la vez, al mismo tiempo que él también pronunciaba ¡¡¡DUiuiuiuiuiui!!!. 
Una vez vino un joven francés que se hospedaba en la fonda de los padres de Mari. Daba clases de su idioma. No recuerdo cómo era porque no hablé con él salvo en una ocasión que más adelante la cuento. Tenía una cara como de estar cabreado. Creo que nos miraba como bichos raros -estas palabras se refieren a la percepción que yo tenía -, quizás fuera un tío simpático.
Un día, se encontraba entre la puerta de la fonda y el bar -antiguo- de Sevillano. Esa noche había una cena en el cine Carrera. Yo quise "lucir" mis conocimientos adquiridos con trabajo y pena, y ni corto ni perezoso le pregunté en su idioma pero con acento luqueño, algo así como: ¿Alévú sésuá dans sinema diner....? 
No me dejó terminar, se puso lívido, rojo, amarillo, cenizo, al tiempo que decía:"¡Hoggible, Hoggible!". Yo, muy agudo, pensé: "Parece que no la gustaO"














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